jueves, 20 de agosto de 2009

La breve oscuridad.

Aquella tarde, sentado al borde de su cama, cayó en cuenta que un episodio de Los años Maravillosos tenía una guión bastante similar al de su tragedia. En el capítulo, Kevin Arnold esperaba la visita de una prima a la que adoraba y que llegaba con la promesa de besos escondidos a medianoche, pero al entrañable personaje, le salía un barrito de proporciones épicas el cual trataba de eliminar a lo largo del programa. Él esperaba también la visita de una prima con la que ya antes había consolidado la promesa de besos escondidos a medianoche, sin embargo su tragedia nada tenía que ver con un barro inclemente; tal vez por la piscina, tal vez por el calor, sabe dios por qué pero la conjuntivitis le jodió los ojos en el día menos oportuno. Sentado en su cama y oyendo los saludos que se daban sus tíos con papá y mamá, dejaba caer alguna lágrima punzante no sólo por la pena sino porque, con la conjuntivitis, llorar era una flagelación involuntaria. De las voces en la sala pudo distinguir la de Alicia preguntado por él y la de su madre contando con lujos de bochorno su exilio obligatorio en esas cuatro paredes; escuchar las risas que provocaba su estado fue tan fastidioso como no poder abrir los ojos por más de unos minutos, tuvo que conformarse con saludar a través de la puerta, la voz de copa de Alicia casi quiebra la suya, su tío hizo bromas obscenas sobre su estado y mamá prometió llevarle la cena en un rato. Ni los comics, ni la harmónica, ni las revistas porno que le prestaron en el colegio lograron romper su ansiedad y frustración. Ya no escuchaba la voz de su prima; seguro había salido por ahí, sin él, a pasarla bien, sin él.
Era tarde ya cuando se convenció de que todos dormían. Salió en busca de torta y jugo de durazno. La única combinación capaz de hacerlo sentir un poco mejor. La costumbre de robar comida a esa hora hizo que el viaje de ida y vuelta a la cocina tomase menos de cinco minutos, a pesar de la poca visión que tenía. Cuando entró al cuarto, Alicia dijo hola en un susurro, su primera reacción fue cerrar por completo los ojos para no contagiarla, ella aprovechó su ceguera temporal para llevarlo de la mano hacia la ventana que daba a la calle, ahí se besaron o mejor dicho fue ella quien lo besó pues él no abrió en ningún momento los ojos y a duras penas los labios, por eso tantos tropezones de sus bocas aunque todo parecía acomodarse con una risita de Alicia ¿Fueron horas o minutos? nunca lo sabría con exactitud pues la oscuridad también confunde al tiempo y qué más daba si era suficiente con el sonido que hacían cuatro labios al juntarse y separarse dejando un leve rastro de humedad como evidencia. La felicidad a intervalos suspendidos apenas para tomar aire y reaundar la ternura sin imágenes, el sosiego con un inmenso telón negro cubriéndolo todo que impedía pensar y sólo sentir y sólo besar y fueron horas o minutos, daba igual. El mundo seguiría en su lugar al abrir los ojos y seguiría allí cuando terminase su frugal adolescencia y ya no pueda volver a cerrarlos y suspender y sólo sentir y sólo besar.
Alicia dijo chau llevándose la torta. Al día siguiente pudo dejar el exilio usando un par enormes gafas negras a través de las cuales comprobó aliviado que la mirada de su prima seguía intacta. Hubo otras noches de besos subversivos pero ninguna fue tan rica como aquella en la que se quedó ciego, brevemente, por quererla.

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