miércoles, 18 de noviembre de 2009

Dos ibéricos cantores

Con apenas unas semanas de diferencia Alejandro Sanz y Joaquín Sabina –dos de los compositores españoles más importantes de los últimos años- lanzaron sus nuevas producciones Paraíso express y Vinagre y rosas, respectivamente. Después de varias escuchas a cada álbum he aquí las reseñas.

Ni es lo mismo… ni es mejor.
Cuando terminé de escuchar Más, la genial obra que lanzó Alejando Sanz en 1997 tuve –al igual que muchos- la convicción de que difícilmente podría superar las cotas alcanzadas en aquel álbum. Doce años y cuatro discos después la afirmación sigue vigente. En todo caso si algo no se le ha podido negar a su música es la vocación por no estancarse y seguir buscando nuevas tonalidades al romanticismo. Es así que con altibajos pasó de un intento por volverse más ambient (el alma al aire) a un coqueteo con sonidos más urbanos (No es lo mismo) y así sucesivamente con, ya se dijo, disímiles resultados.
Sin embargo en Paraíso express Alejandro Sanz ha optado por llevar sus canciones a terrenos previsibles, a los estándares sintéticos de la balada más ramplona, ésa que suele poblar las radios del corazón. El trabajar junto a Tommy Torres –productor detrás de Ricky Martin, MDO, Jaci Velásquez y otras joyas- ha hecho que el sonido de Sanz –que era todo menos complaciente- se vuelva demasiado predecible, sin identidad más allá que la que da su voz. El fallido duo con Alicia Keys solo alcanza para comprobar que dos buenos artistas no resultan necesariamente una buena colaboración. Y aunque el talento no se ha esfumado del completo y en algún tema logra salir más o menos airoso lo cierto es que Sanz la tiene difícil en su siguiente álbum si es que no quiere volverse un baladista del montón, un anónimo relleno de la hora de la secretaria sin mayor trascendencia.

Carraspera sin riesgo.
Y si Alejandro Sanz optó por sonar como el resto, lo de Sabina es sonar como él mismo sin concesiones. Es así que el Flaco de Úbeda vuelve con un disco fiel a los parámetros que trazó desde su anterior trabajo, Alivio de Luto: nada de música sobre producida, tan solo guitarras simples, arreglos preciosistas y el despojo de todo adorno innecesario en las canciones.
Las letras sin duda vienen con la marca Sabina: mucha referencia al cine, la literatura y a su leyenda de ex bohemio devenido en señor; metáforas y figuras propias de la poesía más que la música popular y, en suma, un trabajo sobresaliente –aunque por momentos cansino- en lo lírico. La música, ya se dijo, sigue el lindero del disco anterior lo cual da como resultado canciones sosegadas con una que otra aceleración que, sin embargo, no sacude demasiado.
Con todo es un trabajo que no defraudará a sus seguidores aunque resulta imposible –al menos en mi caso- no echar de menos al Sabina de discos como Yo mi me contigo o 19 días y 500 noches (acaso sus mejores trabajos) en los que llevaba su voz aguardientosa por los terrenos del bolero, la ranchera, el rock and roll crudo y hasta el rap sin ruborizarse siquiera.
Ese Sabina arriesgado e insolente se ha calmado -un poco, claro, tampoco hablamos de un artista en decadencia-cambiando el arroz con mango de estilos que hacía suyos gracias a las marcas inconfudibles de su voz y sus letras, por un sonido más adulto contemporáneo.
Pone, pero ojalá no sean solo medios tiempos lo que escuchemos a partir de ahora.

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